25 de mayo de 2011

Virginia's white linen


Acabo de terminar el nuevo chal, es un regalo primaveral para mi amiga Virginia, pero ha quedado tan mono que ya estoy pensando en tejer otro.

Patrón:Scroll Lace Scarf del Whimsical Little Knits 2 de Ysolda Teague.
Hilo: Katia linen (100% lino) en color blanco, es el mismo tejido que usé para tejer el Ishbel y queda muy bonito, suelto y fresquito para el verano que ya casi está aquí.
Agujas: 4 y 5 mm Knit pro circulares.
 

11 de mayo de 2011

Henning Mankell

Ayer puse un post sobre un libro que estoy leyendo del autor sueco Henning Mankell, tengo que reconocer que me gusta la novela negra, aunque no leo a Mankell por esto, pese a ser auténticamente fan de su personaje del inspector Wallander, leo a Mankell porque es un hombre que sabe ver más allá de lo puramente novelesco, si se puede decir así, para llevarnos a lo más hondo del alma humana, a los miedos, a las contradicciones, a los fantasmas que nos acechan por la noche, sin perder la perspectiva de lo global, como si todos estuviéramos imbricados en una red cuya extensión completa no podemos ver.

Pues bien, ya es la segunda vez que me pasa ultimamente, esta mañana he abierto la edición digital de El Pais y ahí estaba este artículo:

Henning Mankell: "Ahora mismo el centro de Europa está en Lampedusa"

El escritor sueco, premiado en Santiago de Compostela por los alumnos de un instituto

DIANA MANDIÁ - Santiago de Compostela - 10/05/2011
Henning Mankell está acostumbrado a los premios -en 2007 recibió el Pepe Carvalho de novela negra- pero esta vez quienes lo han galardonado han sido los jóvenes lectores del instituto compostelano Rosalía de Castro, que cada año convocan el Premio San Clemente para traer al centro a tres escritores de culto, uno gallego, otro español y un tercero extranjero. En las 16 ediciones que acumula el premio, han pasado por este instituto público autores como Mario Vargas Llosa, Antonio Tabucchi, José Saramago o Haruki Murakami. Al reconocimiento de los jóvenes -que escogen una obra entre varias propuestas- se suman 3.000 euros de premio y una cena con los estudiantes en el Hostal dos Reis Católicos, en plena Praza do Obradoiro.

Este martes por la tarde, Mankell charlaba con periodistas y alumnos sobre su faceta de escritor de novela negra e intelectual comprometido. Se nota que ninguna obra suya le hace sentir más orgullo que el Teatro Avenida de Maputo la compañía teatral que dirige en Mozambique y con la que que ha llevado a escena a Brecht, a Shakespeare o a Lorca, ante un público en su mayor parte analfabeto. Henning Mankell nació en 1948 muy lejos de África, aunque desde hace 25 años pasa largas temporadas en Maputo.
"Fui a África por primera vez en 1971 porque quería ver el mundo desde una perspectiva distinta a la europea. Gracias a eso estoy entendiendo mejor la condición humana", asegura en portugués. Mankell era el único escritor a bordo de la flotilla humanitaria que en 2010 fue atacada por el ejército israelí cuando intentaba romper el bloqueo a Gaza. "Como intelectual tengo una responsabilidad y hago todo lo que puedo", dice ahora, aunque todavía no sabe si participará en la acción de este año. Se confiesa entusiasmado ante los cambios democráticos de los países árabes y llama a vigilar su evolución en los próximos meses. "Cuando me preguntan dónde está el centro de Europa, yo digo que ahora mismo está en Lampedusa. Tenemos un grave problema en el sur de Europa que hay que solucionar".
Las historias de violencia que ha novelado ?cuyos móviles enrevesados acaban destapando una lucha feroz por la dignidad? son inseparables de su faceta de autor comprometido. También El Chino, la obra que le ha valido el reconocimiento de los alumnos gallegos, puede entenderse así. El brutal asesinato de 19 personas en un pueblo casi deshabitado de Suecia acaba comprometiendo la estrategia de una China que se abre al capitalismo y a la conquista de África. La novela nace de la preocupación de Mankell por la toma de posición del gigante asiático en el continente africano. "Tenemos que estar atentos para que China no inicie una nueva posición colonialista en el mundo", advierte el sueco.

Es como una casualidad, pero reconozco que me encanta, pues hace que me sienta un poquito parte del mundo que me rodea el saber que, aunque la tecnología mal entendida es causa de muchos de los problemas que nos azotan, también nos posibilita acceder a mucha información. Así que os recomiendo que lo leais, tanto sus libros sobre África, como los de la serie de Wallander.

10 de mayo de 2011

Lecturas


Después de varios fines de semana pasados por agua (quién lo diría, ya que estamos en mayo y en Murcia ya se sabe...), este finde por fin a hecho buen tiempo, sobre todo el domingo, así que me pase la tarde entera en la terraza leyendo (a Henning Mankel, la Leona Blanca), un día perfecto.


5 de mayo de 2011

Isabel's


Patrón: Andrea's Shawl de Kirsten Kapur 
Lana: Katia merino
Agujas: 4mm.

Chal y canción...

 




4 de mayo de 2011

A room with a view

Ultimamente he estado leyendo el libro de Virginia Woolf Una habitación propia, y, casualidades de la vida, ayer encontré en la edición digital de el diario El Pais (de la que soy asidua) este artículo escrito por Antonio Muñoz Molina, así que no puedo dejar pasar la oportunidad de que lo leais porque me parece fundamental en los tiempos que corren que valoremos la labor que una parte fundamental de la sociedad (las mujeres) empezaron a hacer hace ahora ya un siglo con mucho esfuerzo y sin casi ningún apoyo para que las generaciones posteriores podamos disfrutar de cosas tan evidentes como poder ir a una biblioteca por nosotras mismas.

Habitaciones con ventanas

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 30/04/2011
No hacen falta demasiadas cosas en la vida pero sí una habitación con una ventana; una habitación que sea de uno y con una puerta a la que en caso necesario se le pueda añadir un pestillo o echar la llave, como dice Virginia Woolf; una habitación con una ventana por la que entre algo de luz natural y desde la cual se pueda observar un fragmento de vida y un ingreso decente que le conceda a uno el sosiego necesario para sus indolencias o para sus tareas sin beneficio asegurado. En 1928, Virginia Woolf calculaba que una mujer, para dedicarse libremente a escribir, necesitaba 500 libras al año aparte de una habitación con un pestillo. Un día de octubre de ese año, el 26 exactamente, Virginia Woolf estaba escribiendo su ensayo sobre las mujeres y la literatura y al asomarse a la ventana de su habitación vio una calle de Londres populosa de gente y de tráfico. Al cabo de un momento el tráfico se apaciguó y casi se hizo el silencio, y entonces Woolf vio a un hombre y una mujer jóvenes que se encontraban en una esquina y caminaban juntos hasta tomar un taxi. La imagen inexplicablemente la llenó de felicidad; le despertó uno de esos estados de íntimo entusiasmo que hacen posible la literatura y que son instigados por ella, y en los que, dice ella, tenemos la ocasión de ver la realidad tal como es, sin ningún velo de distracción que la oculte.

Vuelvo a Una habitación propia porque he ido al Metropolitan a ver una de esas exposiciones de las que uno se marcha a regañadientes, porque tiene algo más que hacer, porque los vigilantes avisan de que el museo cerrará dentro de quince minutos. Se titula Rooms with a View: tres salas no demasiado grandes con pinturas, grabados y dibujos de habitaciones con ventanas abiertas de la primera mitad del siglo XIX. Habitaciones austeras y deshabitadas, sin más presencia que la luz que entra por las ventanas; habitaciones en las que alguien se atarea haciendo algo tan ensimismadamente que no mira al exterior; habitaciones en las que un hombre o una mujer de espaldas se asoman a la ventana abierta y al paisaje que hay más allá.
Que existan cuadros de habitaciones con ventanas abiertas a nosotros nos parece lo más normal del mundo, pero el tema solo aparece en la pintura a principios del XIX. En los cuadros de Vermeer hay ventanas de cristales emplomados por las que casi siempre entra una claridad de mañana o tarde con nubes, pero a esas ventanas casi nunca se asoma nadie, y nunca llegamos a saber lo que se ve por ellas. Los personajes de Vermeer permanecen recluidos en sus espacios interiores, en las cartas que leen o en la leche que vierten en un cuenco, en las conversaciones con viajeros que han llegado de lejos.

La ventana abierta a lo que aparece más allá solo existe desde el Romanticismo, sobre todo el romanticismo nórdico, el de Alemania y Escandinavia, el de las habitaciones despojadas pero también acogedoras, el de la vida retirada que se abre soñadoramente a un paisaje que la soledad o la luz vuelven de algún modo remoto, tocado por la ansiedad de ver lo que está mucho más lejos, de experimentar una luz meridional que sea mucho más fuerte. Hay que tener una habitación con una ventana para disfrutar del aislamiento sin el cual casi ningún trabajo bien hecho es posible y para despejar la conciencia y también la mirada después de una concentración excesiva. Sin la posibilidad de echar la llave y sin la garantía de unos ingresos regulares la habitación sería inútil, insiste Virginia Woolf con descaro magnífico. Las habitaciones de Friedrich, de Kersting, de Adolf Menzel, del asombroso Wilhelm Bendz, de Johan Christian Dahl, tienen algo de la refinada pobreza de una celda de monasterio trapense o zen, pero son interiores burgueses que presuponen un confort bien costeado, una seguridad económica que mantiene a raya el desorden del mundo exterior. Nunca las mujeres tuvieron el derecho a una habitación así, recuerda Woolf: en sus casas de clase media sin muchos recursos, a Jane Austen o las hermanas Brontë no les quedaba más remedio que escribir en medio del barullo de la vida doméstica. Cuando llegaba una visita inesperada, Jane Austen escondía debajo de la labor de bordado las hojas en las que había estado escribiendo. Sabine Rewald, comisaria de la exposición en el Metropolitan, anota el hecho llamativo de que esa pintura de habitaciones apacibles tuvo su gran momento en Alemania y Dinamarca precisamente en una época de grandes desastres, en los años peores de las guerras napoleónicas, de las invasiones y las epidemias, de la ruina económica. Como tantas veces, el arte parece que retrata con cuidado escrupuloso una realidad y está representando un sueño. La serena luz báltica de esas habitaciones junto a las cuales borda o dibuja una mujer o escribe una carta un hombre o comienza un boceto un pintor alumbra mundos protegidos en los que no cabe la intemperie ni la desgracia. Las ventanas son grandes, con hojas de cristal que muy poco tiempo antes habrían sido carísimas o imposibles de fabricar. El sosiego pastoral se sostiene sobre las innovaciones tecnológicas de la revolución industrial y los beneficios del comercio: en un cuadro de Friedrich una mujer asomada a una ventana ve pasar un velero que traerá al puerto bienes de lugares lejanos, quizás de las colonias, como el tabaco que llenará esas pipas de porcelana que a veces se ven apoyadas en los alféizares. Desde estos climas sombríos los pintores viajan al sur y en las ventanas se ven los cipreses y las cúpulas y las ruinas de Roma, la silueta del Vesubio, la belleza cegadora de la bahía de Nápoles.
Pero esos espacios interiores son también los de las novelas. Las pinturas de habitaciones con ventanas se hacen populares en Europa al mismo tiempo que el desarrollo industrial de la imprenta y el progreso en la alfabetización de las nuevas clases medias convierten a la novela en la forma más popular de literatura. No solo para escribir novelas hacen falta una habitación propia y las quinientas libras anuales que calculaba Virginia Woolf: también para leerlas, para sumergirse solitariamente en ellas, para convertirlas en equivalentes de esa ventana gracias a la cual se ve un más allá de la propia vida que de otro modo no sería accesible. Leer en calma, sin distracciones, junto a la luz de la ventana. Apartar los ojos del libro para asomarse a ella, para observar a alguien que pasa, para intuir la novela de la intimidad de los vecinos o de los desconocidos. Para escribir a lo largo de muchos años el torrente de palabras de su poesía y de sus cartas Emily Dickinson necesitó poco más que una habitación con una ventana que daba a un cementerio de pueblo. Cuando ya era tan viejo que no podía salir a la calle André Kertész siguió haciendo fotos del paisaje escaso que veía desde la ventana de su apartamento en Nueva York. Quien tiene un cuarto con una ventana ha encontrado su sitio en el mundo.

Rooms with a View: The Open Window in the 19th Century. Metropolitan Museum. Nueva York. Hasta el 4 de julio. www.metmuseum.org antoniomuñozmolina.es